<center></center>
<a href="https://unsplash.com/photos/R5_1N6ZgCOo">Link</a>
<h2><center>El navideño</center></h2>
<div class="text-justify">Nací hace 23 años en un territorio casi anónimo en el océano Índico. Mi madre me dice que se llama Isla de Navidad. A mi no me ha importado mucho averiguar sobre ésta, pero cada tanto bromeo con mi madre Brisbane: ¿no tienes una foto con Santa? Esta señora es cocinera, y con sus deliciosos platos vino a enamorar a Francisco Duarte, mi padre, constructor de veleros español. Ellos me pusieron por nombre Rufino, aunque normalmente me dicen “Re-fino”. Ya sabrán por qué.
<br>
Tengo que decir que de pequeño no recuerdo nada de la Isla de Navidad, pero sí de las callejuelas de Granada y de la blancura de Marbella. Como podrán imaginar, en mi niñez fui más pez que ser humano. En Andalucía uno se siente así.
Mi padre cada tanto me insistía para que viera e imitará su grandioso arte de construir embarcaciones. A mí me parecía demasiado trabajo para una persona. Entonces, cuando él se ocupaba en detalles, yo aprovechaba para escaparme adonde mi mamá.
Yo adoraba escuchar su inglés mientras me explicaba cómo cocinaba sus famosas paellas en el restaurante “La Navideña”. Claro, también adoraba agarrar unos cuántos bocados. Joé, terminaba yo abarrotao.
De modo que de tanto andar de allá para acá, se me hizo un mapa mental de estas ciudades. Quise yo ser guía turístico. Bien se me dio. Algunas veces conquistaba grandes propinas; otras veces, un poco más. En cualquier caso, era agradable el intercambio cultural que se daba con los turistas de toda Europa.
Yo les hablaba en un inglés jocoso que los enganchaba a todos. Muchos se interesaban, sobre todo, en la cocina de Brisbane o en mis barquitos en botellas. Don Francisco no estaba muy contento con este talento, pero veía con orgullo los dividendos generados.
Resulta que un verano reciente llegó hasta mi tallersito una bonica suiza, Lyna. Ella estaba a la vez curiosa e impactada por mis habilidades artesanales. Creía tenía las manos de Dios “por el nivel de precisión y detalle” que poseía cada barquito.
De generoso yo, le regalé uno con banderitas suizas y ella, encantada, me dijo que quería llevarme en ese barco. Me comentó que sería bienvenido en la empresa donde ella trabajaba. No me quiso dar muchos detalles, pero me prometió sería lo mejor para mí. Sin que me insistiera mucho, me marché.
Pronto me hallaba entre montañas blancas y praderas floridas. Estaba en algún rincón de Zúrich.
Para mi fortuna, Lyna me llevó ni más ni menos que para la compañía de relojes Bovet. Allí recibí un corto adiestramiento después de enseñarle mis habilidades a Don Pascal Raffy. Recuerdo que reía entusiasmado mientras decía “magnifique, magnifique, Re-fino!”.
Y ahora, justo en este momento, me hallo celebrando mi mayor triunfo: el Aiguille d’Or. Después de crear el Récital 22 Grand Récital, Don Pascal me dio unos días libres con Lyna. En su reportorio Bovet ya hay reloj que además de la hora, te muestra a la Tierra en relación con los astros.</div>
***
<h2><center>¡Agradezco su lectura!</center></h2>
hiveblocks