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Fue en la adolescencia cuando por primera vez sentí alivio al escribir unas líneas. Acababa de tener un desencanto amoroso, algo muy común en esos años cuando todo es exploración, confusión y duda.

En verdad me sentía muy mal. Mi estima — para aquel entonces no conocía la palabra— estaba destrozada, por el suelo. No entendía las razones por las que la muchacha, a la que tanto amaba, de repente decidiera tratarme con indiferencia, el primer paso de lo que sería luego una ruptura definitiva por parte de ella. Porque yo seguí durante mucho tiempo atado a mis ilusiones, de forma necia e irracional me negaba a aceptar la irremediable realidad.

Mi madre, que siempre ha sido muy perspicaz,  rápidamente se dio cuenta de mis cambios de ánimo, ella intuía que no andaban bien las cosas para mí, pero ese tipo de temas, tan íntimos, como las relaciones amorosas, formaban parte de una larga lista de cosas de las que no se hablaban en mi casa. Aún así me sugirió que saliera más, que buscara divertirme, pero mi ánimo no estaba para esas cosas.

Cierta noche me provocó escribir una especie de carta, una breve misiva sin destinatario declarado. Allí mencionaba muchas de mis dudas: si sería capaz de recuperarme, si me atrevería con una nueva relación, si tendría derecho a esperar que alguien me quisiera, y cosas así.

Escribía media hoja o una entera e inmediatamente la rompía y la mezclaba con los restos de la basura, no quería que nadie se enterara de lo que me parecía como  arranques infantiles, y que consideraba impropios para un muchacho de mi edad. Ninguno de mis amigos hacía cosas semejantes.


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Esa rutina la conserve durante algunos meses, no todas las noches, sino de forma ocasional, pero no me atreví a guardar ninguno de esos escritos. Me aterraba la idea de que alguien los leyera. El tiempo hizo su trabajo y logré superar aquella triste situación.


Ya de hombre también acudí a la escritura en momentos de tristeza o confusión. En algunas ocasiones sí logré el valor necesario para compartir los escritos con la otra persona, algunas veces contribuyeron a aliviar tensiones y otras las pusieron peores. Pero el escribir siempre me procuraba alivio.

Cuando mis hijos estaban pequeños también les dedicaba algunas líneas, breves textos donde les hablaba sobre  mis dudas en la crianza, de mis proyectos, de mis dramas personales. Algunos de esos escritos los he digitalizado  porque pueda ser que llegue el momento en que los comparta con ellos.

En esta etapa en la que me encuentro hoy, con un montón de años encima, siento mucho más libertad para dejar en el papel una buena parte de mis preocupaciones, y no guardo casi reservas en compartirlas públicamente.

 Cuando cumplí los sesenta y cinco le hice una larga carta a mis cuatros hijos, allí les comentaba sobre cuanto los amo a cada uno de ellos, lo feliz que me hicieron desde el momento en que llegaron al mundo y, al mismo tiempo,  les pedí perdón por todos los errores que cometí en el tiempo de su crianza. Esa carta la coloqué en el grupo de familia que tenemos en Whatsapp, allí la vieron mis sobrinas, mi nuera, mi esposa, mi madre y mis hermanos. Era algo que tenía ganas de hacer desde hace mucho tiempo  y el internet me dio la gran oportunidad de poderlo concretar.


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Desde que estoy en HIVE la escritura ha ocupado un espacio central en mi vida, todos los días escribo. Esto me produce un gran bienestar por varias razones. Una, porque el mismo hecho de escribir me mantiene la mente centrada en otra cosa, y eso me permite abstraerme de los problemas cotidianos, que pueden ser muy agobiantes.

Además, muchos de mis escritos los hago en tono autobiográfico o sobre la base de hechos que tuvieron algún impacto en mi vida. El tomarlos como temas  me permite ajustar cuentas con algunas cosas que todavía me causan malestar; escribir es una manera de exorcizar esos fantasmas que deambulan en los rincones apartados del inconsciente.

Cada día valoro más el poder terapéutico que tiene en mí el simple acto de escribir.

Esta publicación  la hago en el marco de la [convocatoria]( https://hive.blog/hive-131951/@lotus-es/iniciativa-el-poder-catartico-de-la-escritura)  hecha por los amigos de la comunidad @holos-lotus, donde nos invitan a compartir experiencias sobre los beneficios que produce la escritura en cada uno de nosotros. Agradezco la creación de una iniciativa tan interesante y nutritiva. Para darle continuidad invito a  las amigas @damarysvibra y @belkisa758.


Gracias por tu tiempo.


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![TITULO INGLES.jpg](https://images.hive.blog/DQmTqP53G31Zc37Fu43sWAS3Vy1ChSr2D7s93rpXMoERYLy/TITULO%20INGLES.jpg)<br></br><br></br>

It was in my adolescence when I first felt relief in writing a few lines. I had just had a disappointment in love, something very common in those years when everything is exploration, confusion and doubt.

I really felt very bad. My esteem - at that time I didn't know the word - was shattered. I did not understand the reasons why the girl, whom I loved so much, suddenly decided to treat me with indifference, the first step of what would later be a definitive breakup on her part. For a long time I remained attached to my illusions, foolishly and irrationally refusing to accept the irremediable reality.

My mother, who has always been very perceptive, quickly noticed my mood swings, she sensed that things were not going well for me, but that kind of topics, as intimate as love relationships, were part of a long list of things that were not talked about in my house. He still suggested that I go out more, that I should try to have fun, but I was not in the mood for that kind of thing.

One night he provoked me to write a letter of sorts, a brief missive with no stated addressee. There I mentioned many of my doubts: if I would be able to recover, if I would dare with a new relationship, if I would have the right to expect someone to love me, and things like that.

I would write half a sheet of paper or a whole one and immediately tear it up and mix it with the trash, not wanting anyone to find out about what seemed to me to be childish outbursts, which I considered unbecoming for a boy of my age. None of my friends did similar things.

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I kept that routine for a few months, not every night, but occasionally, but I didn't dare keep any of those writings. I was terrified that someone would read them. Time did its work and I managed to overcome that sad situation.
As a man I also turned to writing in moments of sadness or confusion. Sometimes I did get the courage to share my writings with the other person, sometimes they helped to relieve tensions and sometimes they made them worse. But writing always brought me relief.

When my children were young I also dedicated some lines to them, short texts where I talked to them about my doubts in raising them, my projects, my personal dramas. I have digitalized some of these writings because the time may come when I will share them with them.

At this stage in which I find myself today, with a lot of years behind me, I feel much freer to put down on paper a good part of my concerns, and I have almost no reservations in sharing them publicly. 

When I turned sixty-five I wrote a long letter to my four children, telling them how much I love each one of them, how happy they made me from the moment they came into the world and, at the same time, I asked them to forgive me for all the mistakes I made while raising them. That letter I posted it in the family group we have on Whatsapp, there it was seen by my nieces, my daughter-in-law, my wife, my mother and my siblings. It was something I had wanted to do for a long time and the internet gave me the great opportunity to do it.

<center>![cuaderno-2-550.jpg](https://images.hive.blog/DQmZwbcWb98vBcqYR77BaUeKRAodMJydcNxnZv32BpsinJ9/cuaderno-2-550.jpg)</center>

Since I have been at HIVE, writing has been a central part of my life, I write every day. This gives me great comfort for several reasons. One, because the very fact of writing keeps my mind focused on something else, and that allows me to abstract myself from everyday problems, which can be very overwhelming.

In addition, many of my writings are autobiographical in tone or based on events that had an impact on my life. Taking them as themes allows me to settle accounts with some things that still cause me discomfort; writing is a way to exorcise those ghosts that wander in the secluded corners of the unconscious.

Every day I value more and more the therapeutic power that the simple act of writing has on me.

I am making this publication within the framework of the [call]( https://hive.blog/hive-131951/@lotus-en/initiative-the-cathartic-power-of-writing) made by the friends of the @holos-lotus community, where they invite us to share experiences about the benefits that writing produces in each one of us. I appreciate the creation of such an interesting and nourishing initiative. To give it continuity I invite friends @damarysvibra and @belkisa758.

Thank you for your time.</div>

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