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La vieja madera era buena porque resistía el acero del clavo; el hombre no tenía martillo, por eso usaba piedras para enterrar en la carne compacta y añejada de las tablas, los clavos que lo protegieran del peligro que se le venía con la noche. Los clavos también eran viejos, oxidados, pero no lo suficientes para penetrar la madera ni para partir las piedras; ya había una reguera de escombros en el suelo al que el hombre pateaba hacia un rincón donde se iba armando una especie de huevo prehistórico.
El hombre vivía solo, en una montaña, a donde fue a parar después de la guerra que le llevó todo. Con lo que saqueó en su última batalla, se compró un caballo, un par de becerros, una cabra preñada, se hizo de un perro y se internó como un ermitaño lejos de la gente. Ahora estaba allí, sin un nombre porque no necesitaba que nadie lo llamara; era un hombre, como el perro era un perro, como la vaca una vaca y como todo lo demás, todo lo demás. Le estaban creciendo las esperanzas de una vida retozada; la cabra había parido y le daba leche, el caballo era amable y no necesitaba que lo buscaran, el perro no se apartaba de su lado y los becerros iban camino al cielo, de lo estirado; pero ahora estaba allí, reforzando su cabaña por dentro porque creía que sería la próxima víctima.
Desde el día que se le perdió la cabra con la cría, comenzó su desgracia; él no lo supo, pero empezaba a perder la leche de la tranquilidad. La buscó y no halló olor, rastro ni nada. La dio por perdida porque más le había quitado la guerra; se mantuvo sereno como si nada hubiera pasado, centró doble interés en sus becerros y todas las tardes los pastoreaba; con el caballo a un lado que a veces hacía de perro y al perro corriendo por ahí, haciendo de caballo. El bosque le daba tranquilidad, estaba cerrando un ciclo de muerte y no iba a dejar que una cabra lo atormentara.
Días después amaneció sin becerros, sin rastros de ellos. Con todo y eso no quiso prestarle nada de atención, no pensó en la innombrable y por las tardes salió a dar el mismo recorrido de siempre, con su caballo que ahora parecía que ladraba y movía la cola como un perro; y con su perro que se convenció de que era caballo, seguro fue cuando las palomas se le montaron en el lomo.
Lo tercero que perdió fue al caballo. Desde que se habían cambiado los roles, el perro dejó de dormir dentro de la casa para cederle su lugar al caballo y dormir en el establo. Cuando amaneció, el hombre creyó que su caballo seguramente estaba en la sabana; lo dejó tranquilo porque ha de estar desayunando, se dijo, el que pasará hambre será el caballo porque no tenemos ni leche ni carne. Pero nunca apareció y nunca hubo en el cielo señal de algún buitre, de modo que a sus compañeros se los estaba tragando la nada.
Nunca pensó que su perro también desaparecería y menos frente a sus narices. No sabe cómo salió o lo sacaron de la casa; semejante hazaña solo pudo hacerlo alguien de poderes y fuerzas superiores; el demonio de su destino lo perseguía, pero ¿por qué? ¿acaso porque había matado durante la guerra? pero si no tenía la culpa, lo habían reclutado a la fuerza, había tenido que asesinar por sobrevivencia; ¿eran ellos? ¿los fantasmas de sus muertos los que lo atormentaban?
Estaba convencido de que eran ellos, de que vendrían a por él por la noche. No podía huir ¿a dónde? lo más que podía era amargarle la fiesta, planear una estrategia de defensa, organizar un plan de fuga; era un soldado, y un hombre, y estaba en la obligación de proteger su vida.
Cuando abrió su viejo baúl halló los clavos. Poco faltaba para que cayera la noche. Había quedado encerrado, con el montón de escombros que no le serviría de mucho, con un machete, un par de estacas y con la oscuridad del encierro que es más espesa, como si tuviera una capa encima de otra capa.
La anoche avanzó con sonidos extraños a lo lejos; ya vienen, se dijo. No se acercó a las rendijas para no ser descubierto; respiraba suave para evitar la angustia; se había hecho una barricada en el centro de la sala, el único recinto de que constaba su choza, la había hecho de forma circular, con su viejo baúl, con los escombros de las piedras y con el resto de algunas cosas que tenía dentro; había dejado cuerdas prensadas en el patio para que cualquiera que las tropezara lo alertara con la bulla; había rezado dos padrenuestros y tres avemaría; por último se metió en la barricada y se echó encima el valor de la esperanza.
La brisa batía exageradamente fuerte, pero él sabía que no era producto de la naturaleza; algo rondaba la casa, un murmullo que de pronto se ahogaba en un estertor de miedo y horror; hubiera querido encender un cigarro, pero la luz lo delataría y además, no tenía; hubiera querido correr por la montaña, pero nunca hubiese alcanzando algún pueblo antes del amanecer. Volvió a recordar que era un soldado, que había ido a la guerra, que sabía cómo lidiar con muertos, porque todos en la guerra son cadáveres, carroña, presas de la innombrable.
Nunca supo la hora, solo que faltaba mucho para el amanecer; y nuevamente el horror cercando la casa, la bulla que se movía de un lado a otro, el techo que parecía desclavarse; por ahí, seguramente por el techo sacaron mi caballo que se creía perro, yo lo escuché ladrar, pero no pensé que se lo estaban llevando. Esa noche yo escuché sus ladridos, perdóname, perro, porque yo sabía que te estaban matando y no hice nada, yo vi cuando frente a mis narices te descuartizaban, supe que por el techo entró el asesino, yo vi lo que hizo con todos; perdóname caballo porque también vi cuando te despedazaron, cuando te sacaron del establo; yo vi dónde los enterraron a todos, pero tuve miedo, aún escucho los berridos de mis becerros que fueron despellejados vivos; los balidos de la cabra me atormentan como pesadillas; yo lo sé todo, pero no hice nada para impedirlo porque estoy enfermo de miedo.
El hombre no supo cuándo amaneció; el techo estaba abierto y dentro de la casa, la pestilencia era insoportable, las paredes manchadas de sangre y se extrañó de que no estaba dentro de la barricada, sino en una fosa común con los esqueletos de los animales. De pronto lo empezó a entender; los escombros en el rincón no fueron producto de los desmoronamientos de las piedras, ahí estaba enterrada la cabra y su cría; ahí cavaba el asesino cada vez que cometía otro crimen; recordó que el techo estaba así porque por ahí entraba y salía el que cometía los crímenes, para que no lo confundieran con el hombre.
Lo estaba entendiendo, aunque su memoria buscaba nublarlo; cuando abrió bien los recuerdos vio las paredes ensangrentadas, sus manos marcadas por todas partes, junto a los clavos descubrió pedazos de sus propias uñas y al verse las manos estaban desgarradas como si hubieran tenido una lucha con la muerte. Su ropa estaba mezclada con sangre y tierra. Ahora lo sabía, pero ya no podía huir, no tenía fuerzas para desclavar la madera ni para usar la salida del asesino y tampoco quería que lo confundieran; no podía huir porque tenía el machete enterrado en el vientre; el asesino lo sorprendió dormido y lo apuñaló, luego intentó enterrarlo, pero llegó el amanecer y el asesino se tuvo que esconder nuevamente en el hombre, quien se desplomó y empezó a sentir cómo la muerte se le iba encima.
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The old wood was good because it resisted the steel of the nail; the man had no hammer, so he used stones to bury in the compact, aged flesh of the boards the nails that would protect him from the danger that came with the night. The nails were also old, rusty, but not enough to penetrate the wood or to split the stones; there was already a trail of debris on the floor which the man kicked into a corner where a kind of prehistoric egg was being assembled.
The man lived alone, on a mountain, where he ended up after the war that took everything. With what he looted in his last battle, he bought a horse, a couple of calves, a pregnant goat, a dog and went as a hermit far from people. Now he was there, nameless because he needed no one to call him; he was a man, like the dog he was a dog, like the cow a cow and like everything else, everything else. He cultivated the hopes of a frolicking life; the goat had calved and gave him milk, the horse was tame and did not need to be brought in, the dog did not leave his side and the calves went beautifully; but now he was there, reinforcing his hut inside because he believed he would be the next victim.
From the day he lost the goat with the calf, his misfortune began; he did not know it, but he began to lose the milk of tranquility. He searched for her and found no smell, no trace, nothing. He gave her up for lost because he had lost more in the war; he remained serene as if nothing had happened, he centered his double interest in his calves and every afternoon he shepherded them; with the horse on one side that sometimes acted as a dog and the dog running, acting as a horse. The forest gave him peace of mind, he was closing a cycle of death and he was not going to let a goat torment him.
Days later he woke up without calves, without a trace of them. He didn't want to pay attention to it, he didn't think about the unmentionable and in the afternoons he would go for a walk along the same route as always, with his horse that now seemed to bark and wag its tail like a dog; and with his dog he was convinced it was a horse, sure it was when the pigeons climbed on its back.
The third thing he lost was the horse. As the roles had been reversed, the dog stopped sleeping inside the house to let the horse sleep in the stable. When dawn broke, the man thought that his horse was surely in the savannah; he left him alone because he must be having breakfast, he said to himself, the one who will go hungry will be the horse because we have neither milk nor meat. But he never appeared and there was no sign of a vulture in the sky, so his companions were swallowed up by nothingness.
He never thought that his dog would also disappear and even less under his nose. He does not know how he got out or how he was taken out of the house; such a feat could only be done by someone with superior powers and forces; the demon of his destiny was chasing him, but why? maybe because he had killed during the war? but it was not his fault, he had been recruited by force, he had had to kill to survive; was it them? the ghosts of his dead that tormented him?
He was convinced it was them, that they would come for him at night. He couldn't run away, where to? the most he could do was to spoil the party, to plan a defense strategy, to organize an escape plan; he was a soldier, and a man, and he was obliged to protect his life.
When he opened his old trunk he found the nails. It was not long before nightfall. He had locked himself in, with the pile of debris that would be of little use to him, with a machete, a couple of stakes, and with the darkness of the enclosure thickening, as if he had one layer on top of another.
The night advanced with strange sounds in the distance; they are coming, he said to himself. He had made a barricade in the center of the room, the only enclosure of which his hut consisted; he had made it in a circular shape, with his old trunk, with the remains of the stones and with the rest of some things he had inside; he had left ropes stretched in the yard so that whoever stumbled over them would alert him with the noise; he had prayed two Our Fathers and three Hail Marys; finally he got inside the barricade and threw himself into the courage of hope.
The breeze was blowing exaggeratedly strong, but he knew that it was not a product of nature; something hovered around the house, a murmur that suddenly drowned in a death rattle of fear and horror; he would have liked to light a cigarette, but the light would give him away and besides, he had none; he would have liked to run through the mountains, but he would never have reached any town before dawn. He remembered again that he was a soldier, that he had gone to war, that he knew how to deal with the dead, because everyone in war is a corpse, carrion, prey to the unmentionable.
He never knew the time, only that it was a long time before dawn; and again the horror surrounding the house, the noise that moved from one side to the other, the roof that seemed to come loose; that way, surely through the roof they took my horse that thought he was a dog, I heard him bark, but I didn't think they were taking him away. That night I heard his barking, forgive me, dog, because I knew they were killing you and I did nothing, I saw when in front of my nose they dismembered you, I knew that through the roof the murderer entered, I saw what he did with everyone; forgive me horse because I also saw when they tore you to pieces, when they took you out of the stable; I saw where they buried them all, but I was afraid, I still hear the bellowing of my calves that were skinned alive; the bleating of the goat torments me like nightmares; I know everything, but I did nothing to prevent it because I am sick with fear.
The man did not know when dawn broke; the roof was open and inside the house, the stench was unbearable, the walls stained with blood and he was surprised that he was not inside the barricade, but in a mass grave with the skeletons of the animals. Suddenly he began to understand; the rubble in the corner was not the product of the crumbling stones, the goat and its young were buried there; that was where the murderer dug every time he committed another crime; he remembered that the roof was that way because that was where the one who committed the crimes entered and left, so that he would not be mistaken for the man.
He was succeeding, although his memory was pretending to cloud it; when he opened his memories wide he saw the bloody walls, his hands marked all over, between the boards he discovered pieces of his own fingernails and when he saw his hands they were torn as if they had had a struggle with death. His clothes were mixed with blood and dirt. Now he knew it, but he could no longer run away, he had no strength to unnail the wood or to use the killer's exit and he did not want to get confused; he could not run away because he had the machete buried in his belly; the killer caught him asleep and stabbed him, then tried to bury him, but it was dawn and the killer had to hide again in the man, who collapsed and began to feel how death was coming upon him.
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