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Después de casi un año sin saber de ella, le escribió, al principio fue una mezcla de asombro y fastidio, estaba en mitad de un trimestre, no precisamente el mejor momento para estar haciendo quedadas para aire. Como otras veces, le habló de mil proyectos y mil cosas, pero cuando se centraba en su posible alta de autónomo, el jarro de agua fría, hablaba de una parejita que ya eran autónomos, de hacer una SL, llevadas por el asesor de ellos, me quedaba el triste premio de consolación, la asociación.

Entre unas cosas y otras, la cita se pospuso durante más de nueve días, finalmente quedamos un martes a las 20.00, hora más de estar duchándome y pensando en cenar ligero, ver algo en la tele y dormir en condiciones que los días eran duros y densos, pero bueno consentí el encuentro, en la primera vez que nos vimos, me había caído bien, era pura energía y vitalidad y compartíamos algún defecto que otro.

Llegué antes a la cita, esperé pacientemente ya que no había ninguna mesa libre, ni atisbo de haberla, pero bueno, era el sitio que habíamos hablado. La vi llegar a lo lejos, me pareció que estaba más delgada, con mejor paso, recuerdo que la otra vez me habló de tener la espalda fastidiada por un mural enorme, e iba arrastrando prácticamente una pierna, y el corte de pelo estilo bob, le favorecía muchísimo.

Ella pasó al lado mía sin reconocerme, está claro, no me reconoció, no pasa nada, no suelen quedarse con mi cara y aparte ir de sport total, supongo que tampoco ayuda, esperaría que fuese como la otra vez, de polo y pantalón chino, pero, al ser algo más informal, me concedí el privilegio del atuendo. Le hice señales, y al fin vino, nos saludamos con el codo, nuevos tiempos, nuevos hábitos, al no haber sitio, decidimos ir al bar del primer encuentro.

El bar, es todo lo que necesitas para entender el porqué de ciertas cosas, la gente bebida, gritando, sin mascarilla, entrando al bar sin ella e incluso fumando con la aquiescencia de los camareros. Triste prostitución cuando lo que te juegas, es directamente la vida. Yo pedí un agua con gas, ella un te verde y un vaso con hielo y empezamos hablando de las banalidades típicas de pre encuentro.

Al momento fuimos al grano, ella fue tomando notas en un moleskine que es lo más parecido que he visto a hacer arte mis palabras, la conversación era difícil, por el estado de la gente en el bar, me daba vergüenza de mi barrio y de Málaga en general, la capacidad reproductiva de kinkis y merdellones, nos empuja al abismo, sólo queda sentarse y disfrutar.

Terminamos el encuentro con una mejor perspectiva que comenzamos, vislumbré una esperanza de poder llevarme el gato al agua, bueno la esperanza no se pierde, luego al acabar, ella vivía más cerca mía de lo que recordaba, nos acompañamos mutuamente por la larga avenida, con la luz del sol declinando, serían más de las nueve supongo. La conversación, fue por caminos que eran más de mi agrado y descubrí que compartíamos el mismo grado de frikismo por lo oriental, la alimentación sana y el aprovechamiento y conocimiento.

Ya llegamos al paso de cebra, donde nos tocaba despedirnos, pasaron más de siete cambios de luces, no terminábamos de encontrar el momento, cómo cambia la faz de una persona, cuando habla de aquello que le apasiona, nos despedimos finalmente al oscurecer quedando pendientes de nuevo a novedades a su situación financiera...

El resto de la noche, fue normal, ducha, cena, alguna serie mala, y acostarse, al día siguiente esperaba otro día más de monótono trimestre, el modo machaca de la vida. Me desperté a las cinco de la mañana, sobresaltado, del calor, sin rastro de sueño, miré el móvil, no había correos nuevos, intenté dormir de nuevo después de entrar al baño, no hubo forma, desistí y volví a coger el móvil y a curiosear por whatsapp, y ahí estaba ella, en línea, con una foto, muy sugerente de whatsapp, a la cual, no se si de forma consciente o no le di una carita sonriente.

Al momento, me respondió, ¿Qué tal, tanto madrugas? Empezamos a hablar, y la claridad, iba entrando por la ventana, mientras hablabamos de recetas de leche de soja, de okara y su viaje a Japón. Le dije que iba a la cocina a hacerme un café que ahora volvía, me dijo ¡espera!, hubo un momento eterno de silencio, hasta que ví que estaba escribiendo algo.

Me dijo simplemente que si me apetecía tomármelo con ella, joder, dudé vacilé, sabía que no era lo adecuado, cuando me quise dar cuenta, estaba cruzando de nuevo el paso de cebra, el mismo donde ayer terminamos de quemar el día. Lllegué al portal, pulsé el porterillo y subí por las escaleras(no había ascensor) los cuatro pisos de escalera y llamé a la puerta, estaba abierta, abrí, al fondo, la vislumbré su silueta en la cocina, su bob resplandeciendo sobre la desnudez de espalda musculada y unas nalgas perfectas, cerré tras de mi la puerta.