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Al fin de vuelta, no ha sido nada, la maquinaria sigue perfectamente engrasada y hasta dentro de cinco años no me quieren ver el pelo. El Hospital Valle de Guadalhorce, es una auténtica pasada, parece una terminal nueva del aeropuerto, por un momento,, me he sentido hasta europeo y todo.

Turnos por tickets, asientos en condiciones, con su distancia Dee seguridad y sobre todo, poca gente. El doctor, muy amable, pero sobre todo joven, muy joven. 

Me temo, que he atravesado esa línea roja, que marca la provecta edad(como si no fuese suficiente indicador la presbicia galopante) donde todo el mundo me parece muy joven, muy amable y muy educado. Atrás quedaron esos tratos arrabaleros de  las consultas de antaño.

Todo ha ido bien, pero acojona entrar en el circuito, en esa cuesta abajo que irremediablemente, todos afrontamos con los años, tanto me he acojonado que me he recorrido después los inmensos pasillos del hospital aeropuerto, buscando no se si subconscientemente una capilla o una cafetería, donde calmar mi alma. 

Me he tenido que contentar con ir al Lidl del polígono en busca del altamente demandado helado de proteínas, que para variar, como podría decir Monterroso, cuando se le buscó, no estaba ahí.

 He terminado comprando de nuevo, una cola de atún que caerá como es preceptivo, la semana que viene, un kilo de enormes cerezas o cerezas enormes del valle del Jerte ,plátanos de Canarias y una botella de lambrusco que tenía un cupón descuento y joder la ocasión lo merece, hay que brindar.

 Si  tuvieras que enamorarte de alguien, por su cesta de la compra, lo tengo claro, ese alguien, sería yo.