<center></sub></center>
<center><a href="https://pixabay.com/es/illustrations/de-papel-desordenado-notas-resumen-3033204/">Fuente</a></sub></center>
<center> **_El viaje_** </sub></center>
<div class="text-justify">
Desde el sillón de su oficina, contemplaba la aglomeración de papeles dispuestos unos sobre otros. Ya estaba decidido a colocarse sus lentes para empezar a trabajar. En una mesa estaba colándose el café, se levantó para servirse un poco. Tomó una taza blanca de flores bizantinas. El azul del cielo lo distrajo por segundos, a través del vidrio quedó mirando el vuelo de varias palomas que llegaban a reunirse en la barandilla de cemento.
<center>***</sub></center>
El edificio disponía de tres niveles, en el último estaba su oficina. En ese momento, se encontraba únicamente con sus pensamientos. De regreso a su escritorio, dispuso la taza justo al lado de la montaña de papeles que lucía caótica desde su perspectiva. Hojas: de carta, de oficio, de rayas, llenas de tinta y grafito que pedían a gritos ser leídas. Retomó sus anteojos y tomó el primer trabajo, página por página hasta llegar a la última letra que pusiera fin a las ideas cohesionadas de ese grupo estudiantil. Así continúo dos horas más, calificando con un número el poco o merecido esfuerzo de sus estudiantes. Al colocar el último número en la parte superior de la cuartilla, meditó: ¿Será posible calificar el intelecto de forma numérica?, ¿Qué tan eficiente es este sistema? Estos cuestionamientos lo dejaron hilvanando en el aire, luego pensó que sus dos años de ejercicio docente eran muy poca experiencia para responder esas interrogantes. Volvió en sí.
<center>***</sub></center>
Ya empezaba a oscurecer, recogió su maletín y decidió marcharse a casa. Tomó el ascensor para hacer más rápido su viaje. Su carro lo aguardaba abajo. De pronto, sintió minúsculas gotas de agua mojando su piel, ya estaba cerca del auto así que apresuró el paso. Recordó tener un paraguas en su oficina pero no quiso devolverse. Desde el vidrio de su ventana vio el cambio drástico en el cielo, el azul se disipaba poco a poco y se arropaba detrás de un gris claro con manchas de copitos de algodón. Puso a funcionar el parabrisas para observar mejor la carretera. A medida que avanzaba aumentaban las gotas de lluvia, comenzó a ir de espacio para que los cauchos no se deslizaran sobre el pavimento. Llegó a casa, tardó unos minutos en salir del carro. Ideaba la mejor estrategia para entrar sin mojarse demasiado. Al abrir la puerta del auto, sus piernas se hicieron pesadas y sus pasos muy lentos. La entrada se veía más lejos que nunca, terminó empapado dentro de su vivienda, de nada sirvieron las determinaciones previas.
<center>***</sub></center>
Mientras se dirigía al cuarto a cambiarse de ropa pensaba: “La desconexión entre mi cuerpo y mi cerebro es un asunto serio”. Con las manos se dio leves palmadas en la cabeza, era como si quisiera difuminar sus ideas. Se dirigió a la cocina a buscar algo que comer, miró el reloj y ya eran las ocho. “Qué raro que mi esposa aún no haya llegado”–pensó. En eso se escuchó el sonido de las llaves cerca de la entrada principal. Una mujer alta, delgada y de ojos prominentes yacía parada frente a él. Lo miró de arriba abajo, se acercó y le dio un beso en los labios. Al abrir los ojos, la mujer había desaparecido, suspiró profundamente y se desplazó hasta la sala y allí en un retrato de madera la encontró. Desilusionado, retornó a la cocina para satisfacer su hambre, apenas dio unos mordiscos a su sándwich. Decidió refugiarse en sus libros de literatura, empezó a leer y la primera imagen era la playa. Gotas finas y saladas cayeron en una de las páginas, volviendo algunas palabras ininteligibles, una masa acuosa que acabó con la integridad del párrafo.
<center>***</sub></center>
Al día siguiente fue a la playa, sentía una mezcla extraña de sentimientos; estaba acongojado y, a la vez, reconfortado. El contacto de la arena con sus pies desnudos le producía gran satisfacción, el movimiento de las olas y el azul del agua ayudaban a ello, pero en su mente, ahí latente como una herida recién hecha habitaba el recuerdo de la mujer a quien amó y aún ama. Sufría, sufría profundamente. Odiaba ese colosal mar que un día decidió llevársela, que la convirtió en ola y la diluyó en espuma marina. No dejaba de reproducir la imagen de su cuerpo sin vida, húmedo y con huellas de salitre. Sin embargo, los rescatistas nunca lo encontraron.
<center>***</sub></center>
Llegó su rutina universitaria y con ella la calamidad de sus ocupaciones, su mente estaba congestionada de información, de eventos, de diferentes quehaceres. Sin embargo, no podía desvanecer la imagen de ella. Solo su esposa podía hacer que se olvidara de todo, ella representaba su escape, su felicidad y ahora no estaba, su ausencia era perenne. Quiso despejarse y adentrarse en sus distintas tareas; se dispuso a revisar múltiples documentos encima de su escritorio. Encontró un sobre, al inspeccionarlo se dio cuenta que era el diagnóstico psiquiátrico, el resultado de la entrevista médica que había tenido semanas atrás por causa de su depresión y estrés emocional. El sobre quería ser abierto mas él no se atrevió, lo traspapeló a propósito.
<center>***</sub></center>
Sus noches se volvieron largas, al cerrar los ojos escuchaba la voz de ella pidiendo ayuda, un grito seco que se consumía en el rugido de las olas. Su calidad de vida se iba deteriorando, casi no dormía. Se reprochaba una y otra vez por no acompañarla ese día, por estar envuelto en sus obligaciones académicas. Ya no soportaba más, quiso huir, olvidarse del mar. Tomó un tren a un rumbo desconocido. Nada le importaba. Poner tierra y alejarse de su hogar, de ese mar que tanto amó y que ahora despreciaba. Ese recóndito sentimiento que exteriorizaba con lágrimas. “El alma humana es el lugar más atemorizante que visité”–interiorizó.
<center>***</sub></center>
Iba físicamente en el tren pero las razones de su escape lo retenían en tierra firme o más allá en el mar de su juventud, en el mar de sus miedos. En el momento en que decidió huir, no imaginó que nada se solucionaría, sus recuerdos lo perseguirían aunque no tuviera contacto con su pasado, siempre seguirían fijos como todo lo que es trascendente para uno. Su único acompañante era su maletín pero más liviano que en otras ocasiones, no se atrevió a abandonar un objeto tan preciado, regalo de su esposa. Lo miró fijamente y en un impulso frenético lo abrió, lo único que estaba en él era aquel sobre médico. Sus ojos se dilataron y su corazón se estremeció. Lo cerró abruptamente. Aquí, en su nueva realidad, se refugió en otras aguas para acordarse de las suyas. A veces nuestro comportamiento es tan masoquista. Él no quería abandonar su historia, su vida, pero tampoco se atrevía a volver.
<center>***</sub></center>
En otra tierra distante, en un país cálido donde los aztecas plantaron su semilla y Pancho Villa es considerado un héroe, a miles y miles de kilómetros de carretera y agua, se encontraba ella, la de los ojos prominentes, en un mar desconocido para él. Ella y su desamor.
<center>***</sub></center>
El mar, un recuerdo, el sobre en mano y el azul del cielo.
</div>
<center></sub></center>
<center><a href="https://pixabay.com/es/photos/playa-nubes-salida-del-sol-1854195/">Fuente</a></sub></center>
hiveblocks