Víctor tenía todo lo que un director de cine puede aspirar a tener: éxito en taquilla, reconocimiento crítico, un gran número de admiradores y libertad creativa envidiada por muchos en cada uno de sus proyectos. Pero era ésta libertad creativa la que lo hacía estar constantemente en la mira de sectores que aborrecían su trabajo y que incluso lo llegaban a considerar una amenaza dentro de los medios. Y es que Víctor nunca tuvo pelos en la lengua para expresar su repudio hacia distintas creencias religiosas, hacia partidos políticos tanto de izquierda como de derecha, hacia la excesiva y forzada inclusión en la industria del entretenimiento en tiempos de lo “políticamente correcto” y demás temas controversiales. En relación al  último punto, Víctor siempre hizo notar sus creencias un tanto anticuadas para un hombre de 35 años; que iban desde considerar desagradables a los personajes homosexuales en los programas de televisión y películas para niños hasta mantenerse fiel a la idea de que el lugar ideal para las mujeres es el hogar, atendiendo a su esposo e hijos. No podía esperarse otra opinión de alguien nacido en el seno de una familia muy conservadora, con un padre obrero y una madre ama de casa; que a pesar de siempre estar en desacuerdo con muchas de las ideas y costumbres que le inculcaron, lo que lo llevó entre otras cosas a querer ser director de cine, tuvo mucho peso sobre él que su padre fuera el mandamás de la casa y que su madre sólo se limitara a obedecerlo.

El subtexto de muchas de sus películas, así como sus declaraciones dadas en entrevistas, lo hicieron el blanco de muchas críticas por parte de organizaciones LGBTQ+, de integrantes de partidos políticos y, como no, de grupos feministas. En uno de estos grupos sobresalía de entre sus demás integrantes Sara, proveniente de una familia igual de machista y conservadora que Víctor, que a sus 30 años había sufrido de violencia doméstica tan grave que acabó en el hospital con la cara casi irreconocible. Obviamente, no se tomaba las declaraciones de Víctor a la ligera, así como criticaba su rol y prestigio en los medios de comunicación. Era quien lideraba distintas protestas y boicots en contra de Víctor y sus películas, llamándolo públicamente “una amenaza para la sociedad moderna”. Víctor, por su lado, no hacía más que reírse de los ataques en su contra, pues ya hace tiempo se le había demostrado que a pesar de sus ideas irreverentes y su actitud poco ortodoxa, aún seguía teniendo éxito en la taquilla nacional, motivado a la publicidad gratuita que recibía por parte de personas como Sara, así como el reconocimiento de muchos críticos que aún consideraban “inofensivas” las premisas y personajes de sus películas, aunque fuera porque los productores les pagaran para opinar eso; y la financiación garantizada para muchos de sus proyectos futuros. Sin duda, en el cine poco importan la ética y la moral si tienes talento y contactos de sobra. 

Sara era un espécimen muy peculiar dentro de la lucha feminista contra Víctor. Se había tomado de forma muy personal sus ofensas y actitud prepotente, por lo que se propuso enfrentarlo de cualquier manera. Al despertarse cada mañana, veía una foto de él sacada del periódico, pegada en la pared frente a su cama, a modo de estímulo para comenzar el día. Por otro lado, los días de Víctor ahora empezaban de forma muy accidentada. Al disponerse a salir de su casa temprano para ir a una reunión con los productores de su nuevo proyecto, vio desde su ventana a Sara en la calle, sosteniendo un letrero que decía “Payaso”. Sin tomárselo a otro modo que no fuera a risa, Víctor salió en su carro sin darle verdadera importancia mientras que Sara lo seguía y le gritaba hasta que lograba perderla. Ya no esperaba que pasara a mayores, pues ya estaba acostumbrado a que manifestantes aparecieran en su casa y al poco tiempo se fueran; pero al día siguiente, antes de salir a otra reunión y no ver nada fuera de lo normal desde su casa, al salir en el carro vio pintada en el muro que precedía a la entrada la palabra “Payaso” en letras rojas y mayúsculas. El daño a su propiedad no se lo tomó a chiste y lo denunció a la policía. Señaló a Sara como posible autora del hecho y le prometieron tenerlo al tanto de lo que pasara, pero durante tres días nadie supo nada del paradero de Sara, hasta la noche de ese tercer día.

Cerca de las doce de la noche, rodeado de música suave y atacado por la inspiración durante la escritura del último borrador de su nuevo guión, Víctor ya estaba dispuesto a irse a dormir, pero antes sentía la necesidad de mirar por la ventana, en busca de algún intruso, asustado por la falta de información acerca de su agresora. No vio nada fuera de lo común, ni en el patio ni en la calle, así que por esa noche optó por entregarse a la incertidumbre. Pero, ya en la cama, no lograba conciliar el sueño, viendo hacia el techo con el sentimiento de que había algo a lo que debía temerle, a pesar de haberse sentido tranquilo durante los días anteriores. Poco después, sus temores se hicieron realidad, al escuchar afuera el sonido de una botella rompiéndose y una luz que poco a poco tomaba más fuerza. La fachada de su casa empezaba a quemarse, producto de una bomba molotov arrojada desde la calle por una figura vestida de negro. No la reconocía por la capucha que llevaba, pero sabía perfectamente quién era. Sara. La agresora no se tardó nada en encender la mecha de otra botella y lanzarla hacia la casa, rompiendo una ventana y empezando a incendiarla por dentro. Víctor corrió fuera de su habitación con el celular, llamando desesperadamente a la policía y explicándoles a gritos lo que pasaba. La operadora dijo que una patrulla iba en camino hacia su dirección y que se apresurara a salir del lugar. Después de eso, Víctor corrió a la puerta que daba al patio trasero para escapar saltando el muro de allí, pero al llegar se sorprendió al darse cuenta de que todo el patio trasero ya se estaba incendiando. De algún modo, Sara se las había arreglado para cortarle cualquier posible salida antes de atacar la fachada y de que él pudiera reaccionar. El fuego ya consumía la mayor parte de la casa, dejando a Víctor acorralado. Comenzó a sentir la asfixia provocada por el humo y perdió el conocimiento. Cuando la policía llegó, ya era demasiado tarde para tan siquiera pensar en sacarlo vivo de la casa. 

Sara no se molestó en huir de la escena del crimen, pues estaba orgullosa de lo que había hecho, además de considerarlo algo sumamente necesario para hacer valer los derechos de las mujeres que alguna vez había sido maltratadas, como ella. No le importaron en lo más mínimo las disculpas que había pedido Víctor en una entrevista para la televisión, en busca de calmar las aguas y para tratar de que cesaran los ataques a su persona; pues sabía que todas esas palabras eran dichas de los dientes para afuera, o estaba empecinada en creer eso. Clara fue condenada a la pena  máxima por el incendio y muerte de Víctor; y estaba decidida a cumplir su condena con la conciencia tranquila, manteniendo la idea de que era justo y necesario.  

Escrito por Sergio González.