<div class="text-justify">

El sol de Buenos Aires caía lentamente sobre la plaza, tiñendo el cielo de un naranja vibrante. Entre el bullicio de los vendedores ambulantes y el aroma a café que flotaba en el aire, un grupo de venezolanos se reunía en una mesa de la esquina de una cafetería. La conversación fluía con risas y anécdotas, una mezcla de nostalgia y esperanza.

<center>
![1248.jpg](https://files.peakd.com/file/peakd-hive/vgalue/241tWijSopisYjmXUeV6GyHPiuv9Etjjv5ptCUsjyfSfkefvr23HTbXKHj75BcCB8Xet2.jpg)</center>


Carlos, quien llevaba cinco años en Argentina, levantó su taza y sonrió. “Miren dónde estamos, compadres. Hace unos años, esto parecía un sueño inalcanzable.” Todos asintieron. Habían dejado atrás familias, amigos y hasta los sabores de su tierra, pero habían encontrado un nuevo hogar.

“La felicidad es esto,” dijo Mariana, acomodándose el suéter. “Poder trabajar, poder caminar sin miedo, poder hacer planes a futuro.” Hubo un murmullo de aprobación. Más que exiliados, se sentían renacidos.

Mientras compartían historias de cómo cada uno había llegado a Argentina, la conversación giró hacia las pequeñas victorias de la vida cotidiana: conseguir trabajo, abrir un negocio, aprender a hacer el mate perfecto. Había algo en el aire, una energía que los hacía reír con más fuerza y abrazar la vida con más gratitud.

Fernando, el más bromista del grupo, levantó su copa con una sonrisa pícara. “Brindemos por nuestra felicidad, por la resistencia, y porque aquí seguimos de pie.” Y todos, entre carcajadas y abrazos, levantaron sus copas y brindaron por su nueva vida.



<br>
<br>
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
</div>

![SeparadorSteemit10.png](https://files.peakd.com/file/peakd-hive/vgalue/MGmK4oZF-Separador-Steemit-10.png)

![20200113_094257.png](https://files.peakd.com/file/peakd-hive/vgalue/ADBBL526-20200113_094257.png)