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**Fuente de la imagen: [Pexels](https://www.pexels.com/es-es/foto/comida-rojo-creativo-alcohol-6858636/)**

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Ylia se mira en el espejo. La joya que cubría sus pechos desnudos la hacían sentir... especial. Quizás única. Quizás más importante de lo que podría aparentar.

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Nunca antes había recibido un regalo tan caro como el de esa noche, en la soledad de una de las tantas habitaciones del Palacio de los Nenúfares de Nemeia, en el rincón más apartado de Nibiru. Un palacio cuyo acceso solo el emperador sabía, y en el que han morado las Otras Emperatrices, es decir, las amantes oficiales.

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Una posición privilegiada en términos económicos, aunque conllevan una terrible soledad. Porque de ahí la Otra Emperatriz no salía; nadie sabrá de su existencia, cómo sería su aspecto, su carácter, mucho menos sus orígenes. En la sociedad nibiruniana, una infidelidad podría causar graves daños a la imagen pública de los amantes si el amorío se da a conocer; para evitar estos daños, se llega a un acuerdo en donde los sujetos del deseo permanezcan encerrados en un lugar secreto hasta que la relación entre ambos se extinga.

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Si llegaran a tener hijos, éstos se quedarían con sus progenitores y  no tendrían ningún derecho legal sobre la herencia, mucho menos llevarían el apellido del padre o de la madre. En el caso del rey, los hijos ilegítimos no heredarían ningún título nobiliario o propiedad.

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Apoyándose en una de las columnas del balcón, Ylia contempló el cielo.

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En su memoria recordó vagamente que en la sociedad neptuniana las cosas eran un poco menos restrictivas. De hecho, los neptunianos creían firmemente que lo mejor que podría hacerse en esos casos era el divorcio. Al contrario de los nibirunianos, se entendía que cuando una o ambas partes buscaban amantes, era porque la relación se había enfriado y que ambos cónyuges habían llegado a un acuerdo mutuo de que ambos tendrían que elegir su camino a seguir. 

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Incluso se daba el caso de que uno de los cónyuges le permitía al otro que tuviera amante, siempre y cuando le conozca y dé el visto bueno. Eso o simplemente ser lo que se llama *pasión de una sola noche*, en donde el infiel no revelaría su identidad al sujeto de su interés y dejarse llevar por la lujuria.

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Ylia pensó que iba a estar en esa posición en *esa* ocasión, cuando el hombre le dijo sin tapujos lo que debía de hacer dado su matrimonio mal avenido con un tipo que no la quería. Ella era inexperta en el campo, por lo que el hombre en cuestión tuvo que iniciarla, aprovechando de paso sacar sus más bajos instintos. Pero luego de esa noche, sus amoríos continuaron hasta que se marchó del lugar en donde ella residía por la fuerza. 

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Se preguntó ahora qué sería de aquel hombre apasionado...

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"Así que tú eres la amante de mi esposo".

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Ylia se volvió, sobresaltada. En el umbral de la habitación se encontraba una mujer de elegantes atavíos rojizos y con su largo cabello oscuro trenzado. Una mujer que Ylia reconoció y, de la mejor forma posible, hizo una profunda reverencia.

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"Salve, Emperatriz Andrómaca. ¿A qué debo el honor de verla por aquí? ¿Quiere algo de beber? Por favor... Está en su casa"

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La emperatriz bufó y, acercándose a la mesa de noche, se sirvió un poco de vino y bebió un pequeño sorbo. Dejándose caer en la silla más próxima, la reina de Nibiru le dijo: "Veo que llevas puesto un collar caro. Elaborado en Neptuno, supongo".

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Ylia no dijo nada. La emperatriz añadió: "¿Cuál es tu verdadero propósito?"

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"La de todas las amantes oficiales: dinero, poder, asesinar a los que me estorben y sentar a mi descendencia en el trono", replicó Ylia con practicidad e indiferencia. 

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La emperatriz la miró con desconcierto. Sus damas le habían contado que Ylia Heliogábalos no era como las demás amantes que tuvo su marido. Cualquier otra amante estaría hasta jactándose de haber capturado el corazón del emperador y de poder influenciar sobre él en cuestiones políticas; incluso se vestirían de forma atrevida con la intención de brillar más que la emperatriz.

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Ninguna revelaría sus intenciones ulteriores con la tranquilidad, frialdad e indiferencia como lo ha hecho Ylia, quien vestía de forma mucho más atrevida, casi a la manera de las antiguas concubinas del fallecido Ergane VI de los Cinco Planetas. 

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*Esta mujer busca algo más... ¿Pero qué?*, pensó la emperatriz mientras le decía: "No parece que estés interesada en hacer alguna de esas cosas".

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"No todas nos comportamos como pendejas buscando atención; ahora déjeme a la vez cuestionarle una cosa, señora: ¿qué le ha parecido el vino?".

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"Muy delicioso. Un olor agradable, un sabor agridulce. Un vino caro".

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"Lo mejor de Júpiter".

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"¿Júpiter? No sabía que los jupiterianos fabricasen vino".

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"Tampoco sabe que ese vino se sirve solamente a invitados indeseables... Como su marido, por ejemplo".

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La emperatriz sintió escalofríos. Había en el tono de Ylia una especie de crueldad despiadada, un resentimiento frío, una suerte de deseo...  

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"Venganza... Buscas venganza", murmuró la emperatriz al atar los cabos sueltos.

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Antes de que pudiera levantarse, la emperatriz sintió el filo de una daga en el cuello. La mujer se sorprendió cuando vio quien sostenía con firmeza la daga: su dama de compañía, Lanzarotte. Ésta la miraba con igual frialdad despiadada, como si fuera otra persona.  

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Ylia, sin inmutarse, replicó: "No es nada personal, querida. Tu esposo se ha ganado el odio de mucha gente a pulso, incluyendo el de tu dama de compañía. Una de mis mejores espías".

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La emperatriz estaba en shock mientras la aludida asintió la cabeza en señal de gratitud y reverencia. Lanzarotte, la muchacha deforme, tonta e ingenua que hacía de su bufón personal, aquella que se presentó al palacio a participar en la selección del bufón del emperador con chistes subidos de tonos que arrancaban las risas de cualquiera que estuviera a su lado. 

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"¿Por qué, Lanzarotte?... ¿Por qué...?", murmuró la soberana.

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"Mi nombre no es Lanzarotte", le cortó la mujer con indiferencia. 

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Levantando la mirada hacia Ylia, añadió: "¿La tomamos como prisionera, mi señora, o la matamos?"

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Ylia miró fijamente a la aterrorizada emperatriz por un momento. "Suéltala".

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Lanzarotte soltó a la emperatriz. Ylia añadió: "¿Los soldados?"

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"Despachados a ver a la Madre Luz, Madre Sombra, tal y como lo ordenó, mi señora", respondió Lanzarotte con solicitud.

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"Bien".

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Dirigiendo su mirada hacia la aterrorizada emperatriz, añadió: "No es nada personal, Andrómaca. Pero tu marido ha cabreado a mucha gente, prácticamente pueblos enteros que no dudarán en poner las cabezas de todos ustedes en picas".

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"¡Por favor, ten piedad de mí!", rogó la emperatriz entre sollozos. "¡Por favor, te lo ruego!"

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Ylia se acercó a la emperatriz. Poniéndose a la altura de la soberana, replicó: "Por esa razón te di ese vino. Te ahorraré una muerte horrorosa".

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La emperatriz estaba paralizada del asombro cuando escuchó aquellas palabras. 

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El vino estaba envenenado.

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Ylia, con indiferencia, llevó la mano hacia el centro del collar y lo apretó mientras le decía: "Creo que no nos hemos presentado formalmente... Me llamo Güzelay Borg-Videgaray, reina de Neptuno".

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